Rodin-Giacometti
02.JUN.2020 ──────── 23.AGO.2020
Patricia Matisse
Alberto Giacometti en el parque de Eugène Rudier en Vésinet, posando junto a Les Bourgeois de Calais (Burgueses de Calais) de Rodin, 1950
© Fondation Giacometti, París
Auguste Rodin (París, 1840-Meudon, 1917) y Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901-Coira, Suiza,1966) nunca se conocieron. De hecho, cuando Giacometti llegó a París, en 1922, Rodin ya llevaba cinco años muerto. Sin embargo, a través de sus trayectorias artísticas podemos ser testigos de un interesante diálogo entre ambos con muchos puntos en común y también con algunas diferencias, algo inevitable en dos artistas tan libres a los que separa más de una generación.
La exposición, comisariada por Catherine Chevillot, Catherine Grenier y Hugo Daniel ha sido posible gracias a la generosidad del Musée Rodin, París y La Fondation Giacometti, París. Complementa tu visita en #expoRodin en la @FundacionCanal.
A través de cerca de doscientas obras, Rodin-Giacometti muestra cómo ambos creadores hallaron, en sus respectivas épocas, modos de aproximarse a la figura que reflejaban una visión nueva, personal pero engarzada en su tiempo: en Rodin el del mundo anterior a la Gran Guerra; en Giacometti, el de entreguerras y el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Más allá de algunos aspectos puramente formales que comparten ambos artistas, como pueden ser el uso de la materia y la acentuación del modelado, la preocupación por el pedestal y el gusto por el fragmento o la deformación, el diálogo que se establece entre ellos va mucho más allá. Rodin es uno de los primeros escultores considerado moderno por su capacidad para reflejar -primero a través de la expresividad del rostro y el gesto, con el paso de los años centrándose en lo esencial-, conceptos universales como angustia, dolor, inquietud, miedo o ira; también es este uno de los rasgos fundamentales de la obra de Giacometti: sus obras posteriores a la guerra, esas figuras alargadas y frágiles, inmóviles, a las que Jean Genet denominaba “los guardianes de los muertos” expresan, despojándose de lo accesorio, toda la complejidad de la existencia humana.
Accidente y deformación: la búsqueda de la expresividad en las esculturas que emprende Rodin se caracteriza por el énfasis que introduce en sus rostros, que tienden en ocasiones a la caricatura, deformándose en busca del impacto expresivo, como puede verse en Cabeza de la Musa trágica. En el caso de Giacometti, las esculturas son cada vez más alargadas y estilizadas, a veces de muy pequeño tamaño, luego muy altas, pues, tal y como señalaba el propio escultor, ese era el modo en el que las veía en la realidad. Junto a la deformación, ambos artistas utilizaron el fragmento para generar nuevos significados a sus piezas, que seguían siendo bellas a pesar de estar “rotas”. Partes de materia fragmentada, accidentes en el proceso de modelado, se recuperan y se incorporan otorgándole un significado distinto a la escultura, quizá uno más pleno.
Modelado y materia: tras sus experimentaciones cubistas y su paso por el surrealismo, Giacometti, en su búsqueda de “figuras y cabezas vistas en perspectiva”, va destilando cada vez más sus esculturas. Sus características figuras alargadas sustituyen entonces a las piezas anteriores, de gran perfección técnica, y la presencia de la materia y el modelado se convierten en protagonistas de su trabajo. También lo eran para Rodin, que en ocasiones dejaba percibir el barro bajo el bronce, mostrando un modelado enérgico y vital. Así lo muestran esculturas como Eustache de Saint Pierre (entre 1885-1886) o los distintos ropajes que realiza para la figura de Balzac.
Las series y El hombre que camina: tanto en Rodin como en Giacometti el proceso de estudio y repetición de un mismo motivo es una práctica habitual. Por un lado, es un modo de acercarse de forma más aproximada al modelo representado y a su psicología; por otro, la repetición les permite ir transformando la obra, que parecen no dar casi nunca por finalizada. La obra El hombre que camina de Rodin hace reflexionar a Giacometti para luego plasmar esta idea en su propio trabajo. Comparado con el de Rodin, el Hombre que camina de Giacometti parece desgastado y frágil; si bien el del maestro francés también muestra una gran expresividad y con ello todo el sentimiento de la fragilidad humana.
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