Boldini y la pintura española a finales del siglo XIX. El espíritu de una época

19.SEP.2019           12.ENE.2020

Exposición en Madrid. Sala Fundación MAPFRE Recoletos

Giovanni Boldini
Cléo de Mérode, 1901
Colección particular

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Exposición

 

19.SEP.2019         12.ENE.2020

La exposición que presentamos muestra por primera vez en España la obra del pintor Giovanni Boldini (Ferrara, 1842 – París, 1931), el más importante y prolífico de los artistas italianos que viven en París en la segunda mitad del siglo XIX; junto a ella, hemos querido reunir piezas de algunos de los pintores españoles que se encontraban en la capital francesa durante el mismo período, y que mantienen a través de su obra, un diálogo con la pintura del ferrarés.

La exposición, comisariada por Francesca Dini y Leyre Bozal Chamorro, ha sido producida por Fundación MAPFRE. Su realización ha sido posible gracias a la extraordinaria disposición de las numerosas instituciones y colecciones particulares que han cedido sus obras de forma tan generosa.

Nacido en Ferrara en 1842, el pintor Giovanni Boldini se convirtió en uno de los más importantes retratistas italianos en el cambio de siglo. Instalado en París desde 1871, fue conocido como uno de los primeros pintores de Montmartre, aquel barrio que pronto sería espacio de encuentro de gran parte de la bohemia nacional e internacional. Influido a su llegada a la capital francesa por la obra de Meissioner y Fortuny, a quien no llegaría a conocer personalmente debido a la prematura muerte del español, Boldini mantuvo un estilo único a lo largo de toda su vida, basado en la intuición del instante y el movimiento, reflejado con rápidas pinceladas, pero sin perder nunca de vista la figura y la expresión del retratado.

Junto a la obra del pintor ferrarés hemos incluido piezas de algunos de los pintores españoles residentes en el París de entonces y cuyas obras mantuvieron, de forma más o menos explícita, un diálogo con la del ferrarés. La influencia de Mariano Fortuny y las escenas de carácter dieciochesco sobre la pintura de Boldini es una las conexiones, pero no la única: El gusto por la pintura de género con escenas amables y anecdóticas, el interés por el discurrir de la ciudad moderna, el disfrute del paisaje y sobre todo las ideas compartidas sobre la renovación del género del retrato, son los aspectos que hacen que la pintura de unos y otros camine de la mano en este cambio de siglo.

A medio camino entre la tradición y la innovación, las 124 obras seleccionadas para la exposición, transmiten, de forma certera, todo el espíritu de una época.

El espíritu de una época: el pasado no es un tiempo perdido, es un tiempo que puede ser recobrado a través de la literatura y el arte. Así lo señala Marcel Proust en El tiempo recobrado, último volumen de En busca del tiempo perdido. Así lo muestran también las pinturas que aquí se reúnen. Las obras de Giovanni Boldini junto con las de Mariano Fortuny, Eduardo Zamacois o Raimundo de Madrazo, por citar solo algunos nombres, expresan un tiempo que «ya fue» pero que, sin embargo, nos resulta tremendamente familiar, quizá porque más que una «circunstancia concreta» reflejan el espíritu de toda una época.

Boldini y la influencia de Mariano Fortuny y Marsal: a su llegada a París en 1871, tras haber trabajado junto a los Macchiaioli en sus primeros años florentinos, Boldini se dedica a los «cuadros a la moda», que, de inspiración fortunianan, hacen las delicias de coleccionistas y marchantes. Se trata de «cuadritos» de mediano o pequeño formato, a menudo de espíritu dieciochesco, que narran historias sencillas y anecdóticas fácilmente comprensibles para el público, que los colecciona con profusión. Raimundo de Madrazo recoge en París, el testigo de este tipo de escenas tras la marcha de Fortuny a Roma y Boldini entra pronto en contacto con el pintor español y su círculo, como se puede apreciar en El mantón rojo, del propio Boldini, o en algunas de las escenas de calle del catalán Román Ribera, que en época reciente han sido incluso confundidas con las del pintor italiano.

Los pintores españoles afincados en París: entre las décadas de 1860 y 1870, la ciudad de París comienza a desplazar en importancia a Roma como «la capital del arte». Los pintores españoles que buscaban emular a los ya académicos llegan a la capital con la intención de entrar en la École des Beaux-Arts, con la esperanza de poder ver algún día sus obras colgadas en el Salón oficial, como las de sus maestros. Raimundo de Madrazo se instala en la capital francesa en 1855 y Eduardo Zamacois, en 1860. Tanto Zamacois como Mariano Fortuny son conocidos por sus pequeños cuadros preciosistas, los denominados tableautins, que hacen las delicias de la burguesía, y los pintores españoles tratan, en gran medida, de responder a las necesidades de este gusto burgués. La temática de estas pequeñas obras procede en buena parte de Meissonier, de quien Zamacois era discípulo, así como de la pintura holandesa y flamenca del siglo XVII.

El retrato de la Belle Époque: junto con John Singer Sargent, James Abbott McNeill Whistler y los más jóvenes Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga, Giovanni Boldini se convirtió en una de las figuras más importantes entre los denominados «retratistas mundanos». Lo que comparten todos estos artistas especializados en lo que se conoce como «retrato elegante» fueron sus ideas en torno a la renovación del género: la necesidad de dejar atrás representaciones estereotipadas («retrato de aparato») para dar entrada a la espontaneidad, la idea de movimiento y la aproximación psicológica hacia el retratado. Encontramos estos rasgos compartidos en retratos como La parisiense de Ramón Casas, Clotilde García del Castillo de Joaquín Sorolla y el retrato de Boldini al pintor Whistler, por citar solo algunos. Aunque, sin duda, es el retrato del pintor italiano a la bailarina Cléo de Mérode, realizado con pinceladas cada vez más libres y dinámicas, el que mejor muestra la modernización de un género que, por su propia naturaleza, estaba íntimamente ligado al pasado. El ferrarés, junto con los pintores anteriormente citados, erigió una galería de retratos a medio camino entre la tradición y la innovación que transmite de forma certera el espíritu de una sociedad, mundana, y de un mundo, decadente, que finalizará con la Primera Guerra Mundial.

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