¿Las emociones positivas son buenas para la salud?
Diversos estudios han analizado la relación entre el nivel de emociones positivas y la resistencia a la enfermedad
Emociones como el temor, la tristeza o la ira resultan incómodas para casi todas las personas. Pero, aunque sea así, es bueno reconocer que, a veces, son enormemente útiles y que nuestra supervivencia ha descansado sobre estos mecanismos emocionales durante miles de años. A la vez hay que recordar que experimentar de forma persistente estas emociones ya no es tan saludable. La investigación ha mostrado que pueden generar o, al menos, incrementar la probabilidad de sufrir problemas en el sistema digestivo, problemas dermatológicos e, incluso, problemas cardiacos. Especialmente, la influencia a medio y largo plazo de la ira, el estrés y la depresión en la aparición de trastornos cardiovasculares ha sido ampliamente documentada y existen decenas de estudios mostrando dichas conexiones.
La pregunta que una serie de investigadores se hicieron hace unos años fue: ¿y si las emociones positivas tuvieran un efecto positivo para la salud? ¿Es posible que tener una vida llena de experiencias positivas pueda tener cierta influencia en la aparición de enfermedades y problemas físicos, así como en los procesos de recuperación?
En los últimos años ha habido un gran incremento de investigaciones científicas que han explorado las asociaciones específicas entre el nivel de emociones positivas y múltiples sistemas como el endocrino o el inmunológico y la conexión con procesos de enfermedad y de recuperación. Son conocidos los estudios de Sheldon Cohen, profesor de psicología de la Universidad de Carnegie Mellon, quien investigó el papel de la emocionalidad positiva en la capacidad del sistema inmune para responder al virus de la gripe. En estos estudios, se inoculaba con un spray el virus del resfriado a una serie de participantes (muy bien pagados como es lógico). Tras controlar el estado de salud y los antecedentes médicos de los mismos, se analizó si los que tenían un mayor nivel de emocionalidad positiva presentaban menor riesgo de desarrollar el virus que aquellos con un nivel normal de emocionalidad positiva. Lo que se encontró es que de los 193 participantes, 157 se resfriaron. Pero sólo un 24% de los que tenían una emocionalidad positiva lo hicieron, casi la mitad de lo que sucedió en el otro grupo. Además, los participante alegres que desarrollaron el virus tuvieron de media un 40% menos de intensidad de síntomas. Si bien este estudio es relevante por la calidad del diseño y por lo que implica en términos de impacto de la emocionalidad positiva en el sistema inmunitario, no es ni mucho menos el único.
Otras investigaciones han mostrado que la emocionalidad positiva podría estar relacionada con una mejor salud y con una mayor longevidad. Danner y colaboradores (2001), en su conocido estudio con una congregación de monjas que donaron sus cuerpos y sus archivos para la investigación científica (The nun study), encontraron evidencia de que el grado de emocionalidad positiva evaluado a los 20 años de edad a través del estudio de relatos autobiográficos escritos al entrar en la congregación religiosa, podría predecir un aumento en la esperanza de vida de hasta 7 años. Este estudio pone de manifiesto cómo ante condiciones de vida similares (dieta, actividad física,etc.) la presencia de emociones positivas puede ayudar a explicar el estado de salud y longevidad. Por otra parte, los estudios del grupo de Andrew Steptoe han mostrado que la afectividad positiva estaba asociada a niveles más bajos de cortisol en saliva, una tasa cardíaca más baja, una menor presión sistólica y una menor respuesta al estrés. Además, las emociones positivas no sólo contribuyen a disminuir el riesgo de enfermedad, sino que parecen facilitar la recuperación: las personas que presentan mayor afecto positivo tienen casi tres veces más posibilidades de recuperación un año después de problemas de salud como un ataque cardíaco o una fractura de cadera. Algo similar también se ha observado a más pequeña escala: la velocidad de cicatrización también se asocia al nivel de emociones positivas de la persona.
Por otra parte, las investigaciones sobre optimismo revelan resultados en la misma línea. Por ejemplo, se ha encontrado que el optimismo reduce el riesgo de muerte por enfermedad coronaria diez años después. Aunque la mayoría de los estudios sobre la influencia del afecto positivo en la salud indican que dicha afectividad positiva está relacionada con menor probabilidad de enfermedad, menor mortalidad, mejor calidad de vida y funcionamiento, menor número de síntomas y mayor supervivencia, algunos estudios han encontrado una relación inversa, especialmente en personas con enfermedades graves. Este hallazgo puede explicarse por el hecho de que las personas con un excesivo optimismo que padecen enfermedades graves a veces pueden tender a subestimar el número de síntomas y a ser excesivamente optimistas con el pronóstico de su evolución, siendo menos estrictos con las prescripciones médicas.
La emocionalidad positiva y el optimismo parecen tener una influencia sobre la resistencia a la enfermedad y la mejora de la salud, pero ¿cuál es el mecanismo detrás de esta relación entre emociones y salud? La investigación ha encontrado distintas vías de acción. En primer lugar, podemos definir vías directas. Por ejemplo, las personas más optimistas o con más emociones positivas tienden a generar ante situaciones de estrés una mejor respuesta inmune que les protege de sus efectos adversos en el organismo. Pero, además, existen vías indirectas a través de las cuales las emociones positivas protegen la salud física. Por ejemplo, las personas bajo un estado emocional más positivo tienden a cuidar más su salud, llevando a cabo un mayor número de conductas saludables como el cuidado de la alimentación, el descanso y el ejercicio físico.
Covadonga Chaves Vélez. Universidad Complutense de Madrid.