Clasicismo griego en la obra de Sunyer
La obra del pintor catalán es una de las más representativas del Noucentismo
Joaquín Sunyer
Pastoral, 1918
© VEGAP, Madrid, 2020
© Colecciones Fundación MAPFRE
La obra de Joaquín Sunyer es una de las más representativas de la estética del noucentismo, promocionado desde el año 1906 en La Veu de Catalunya por Eugenio d’Ors. De algo parecido ya había hablado Winckelman, de una Grecia en la que se vive felizmente. Un lugar de cuerpos desnudos y hermosos, de frutos que pueden cogerse de los árboles, sin esfuerzo, de luz, sol y agua.
El primitivismo y el clasicismo griegos son una creación que recupera el noucentismo catalán, —si se quiere, un invento—, pero no una mentira ni un engaño. Responden a los deseos y anhelos más profundos de los seres humanos: la unión con la naturaleza, la felicidad. Si Matisse le puso un nombre, La alegría de vivir (1906), Sunyer no le fue a la zaga; con Mediterránea y Pastoral, dos pinturas de 1910-1911 – que se convertirán en temas recurrentes en su obra a partir de entonces-, el artista catalán transformó la que podía ser una anécdota, en la afirmación de un mito que pronto habría de reconvertirse en una convención: la mujer ocupa el centro de la composición, mujer y paisaje se hacen uno. Responde así a la que había sido una tradición: la identificación de mujer y naturaleza.
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues —¡con qué placer y alegría!—
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Ítaca, ca. 1907. C. P. Cavafis
Leyre Bozal, Conservadora colecciones Fundación MAPFRE.