El hombre que camina. A ti, ¿qué te inspira?
Cuéntanos qué sientes ante estas dos obras gemelas
En 1907 Auguste Rodin trabaja en la obra El hombre que camina y, años después, siguiendo al que consideraba su maestro, Alberto Giacometti realiza una escultura con el mismo nombre. La del artista francés es un hombre fuerte que emula en su cuerpo a las esculturas de la antigüedad. La del suizo, por el contrario, parece más frágil, como si en su “alargamiento” estuviera a punto de desvanecerse. Sin embargo, ambos se sustentan sobre gruesas bases en el acto de caminar, son el hombre que se mantiene en pie ante las adversidades, símbolo universal de la humanidad.
Esta semana nos gustaría invitarte a reflexionar y a compartir con nosotros qué sentimientos te producen estas esculturas. Puedes hacerlo a través de un poema, un micro relato o incluso unas breves frases. A continuación te ofrecemos un breve artículo dedicado a éstas obras que, sin duda, expresa algunos de los sentimientos y las emociones que estamos experimentando estos días.
“Una exposición de Giacometti es un pueblo. Esculpe unos hombres que se cruzan por una plaza sin verse; están solos sin remedio y, no obstante, están juntos”.
Jean Paul Sartre.
Tras los sucesos acaecidos durante la IIª Guerra Mundial, para la mayor parte de los artistas europeos, parecía imposible continuar por el camino de la representación tradicional, ya lo habían avisado las vanguardias. El camino al menos para gran parte de ellos, ahora parecía ser otro. El dolor, la angustia y la pérdida parecían difícilmente reproducibles a través de la representación mimética, pues se corría el peligro de caer en el decorativismo, en “la banalización del mal” y en ese momento se necesitaba más que nunca narrar, contar lo sucedido, dejar constancia y salvaguardar la memoria ante hechos como los que se estaban viviendo. No hay que olvidar que el arte es en gran medida moral y en este sentido puede servir de testimonio. Para levantarse en eco de la memoria, el lenguaje a utilizar, tenía que estar lleno de contenido y gran parte de las obras de arte se convierten a partir de ahora en signos que no se parecen o no tienen que parecerse al objeto al que hace referencia, pero al que, a pesar de todo, y sin duda, representan.
La primera versión de El hombre que camina de Alberto Giacometti, es de 1947. Esta fecha no nos deja más opción que pensar que su representación, no mimética, está imbuida del dolor de toda una sociedad arrasada por la IIª Guerra Mundial y el Holocausto. A menudo no hay palabras para narrar, el horror es excesivo y nos quedamos sin ellas. El existencialismo de Sartre, de Albert Camus, las palabras de Samuel Becket, todos ellos, con los que Giacometti tiene relación, se sitúan en este ámbito. Seguramente también lo hacen gran parte de las obras de Giacometti de este período: mujeres alargadas y frágiles, que miran fijamente con sus grandes ojos a quien quiera contemplarlas, hombres altos y extremos en su fragilidad, que sin embargo se sostienen sobre gruesas bases y caminan silenciosos, avanzan en un gesto que se ha convertido en todo un símbolo.
El día 18 del pasado mes, Pepa Bueno escribía un artículo en El País sobre El hombre que camina (Acantilado), un libro que cuenta en pocas páginas las vicisitudes de la obra homónima de Giacometti y recordaba estas palabras de su autor, Franck Maubert, “Caminar es una liberación. Desafiar la gravedad sin dejar de someternos a ella. Caminar es ser, es existir, es pensar… en cada paso hay esperanza, una sensación de libertad”.
Hoy en día, más que nunca – aunque no debería de ser sólo hoy-, el escultor ítalo-suizo, que partió de esa majestuosa escultura que Rodin realizó en 1907 – titulada El hombre que camina-, para hacer otra menos majestuosa quizá, pero igual de imponente en su fragilidad, nos recuerda que hay que seguir caminando. Aunque sea en nuestras casas, aunque sea en nuestras cabezas, aunque sea en el silencio, en el aplauso o en el grito, para poder ser libres y tener la capacidad de continuar. Seguir caminando y tambalearnos, ponernos de nuevo en pie, juntos, caminar quietos, tal y como lo hacen los “Hombres que caminan” de Auguste Rodin y Alberto Giacometti.
¡Te animamos a participar y a compartirlo con nosotros!