No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy

En nuestro día a día nos vemos obligados a afrontar diferentes tareas o responsabilidades que nos resultan más costosas que otras, y lo más normal es que tendamos a posponerlas. Los motivos de este rechazo son muy variados: pueden ser aburridas, difíciles, nos suponen demasiado esfuerzo mental o nos incomodan porque no dominamos el tema. Sea cual sea la razón, la realidad es que no nos identificamos con ellas y las ponemos al final de la lista. Ahí empieza la procrastinación.

Hacer un orden mental de actividades y ordenarlas de más apetecibles a menos, es muy natural. El problema llega cuando no es un acto aislado, sino un proceso por el cual una actividad está pendiente y se evita una y otra vez cada vez hasta el punto de que sólo pensar en ella activa sentimientos de malestar y tensión.

Para evitar llegar a este punto puedes aplicar distintas fórmulas. La primera, tomar conciencia de cuáles son las actividades más proclives a la procrastinación y planificarlas poniendo algún elemento positivo que amortigüe el malestar durante la tarea o tras ella, a modo de premio.

La segunda estrategia para desactivar la procrastinación es pensar qué te provocan esas actividades e intentar dar la vuelta al enfoque. Si logras ver esa actividad difícil como un reto, como algo a superar, el impacto psicológico al anticipar la tarea cambia radicalmente. O si encuentras la actividad tediosa, puedes introducir un componente adicional que te parezca más interesante o aprovechable.

No importa el método que uses, lo importantes es reducir la procrastinación. Te sentirás más aliviado en tus tareas diarias y aumentará tu nivel de satisfacción.