Marsella, siempre Marsella
Su vibrante luz atrajo a grandes artistas que intentaron capturar su esencia
Arte
La luz y la serenidad del Mediterráneo alcanzaba su cenit en Marsella. Sus calles, el puerto y sus vibrantes colores favorecían la creatividad y la libertad de aquellos artistas de finales del siglo XIX y principios del XX que buscaban, aquí, abrir nuevas vías de expresión.
Los grandes artistas de la época abandonaron sus habituales talleres urbanos y, ayudados por la recién inaugurada línea de tren que unía París con Marsella, optaron por pintar al aire libre, bañados por el sol y rodeados de la luminosidad y la presencia de un Mediterráneo salpicado de embarcaciones. Marsella lucía para ellos con toda su intensidad luminosa que, acentuando el contraste de formas y siluetas, generó en los artistas una nueva forma de mirar.
Marsella, como toda la región, se convirtió en un lugar de exaltación e innovación para los herederos del impresionismo, un territorio venerado por sus colores, su clima y su belleza en el que los pintores no solo buscaban capturar la luz mediterránea, sino también comenzar una nueva vida rodeados de mar, lejos de la gran ciudad y ajenos a la inevitable e incipiente industrialización.