Alexéi von Jawlensky. El paisaje del rostro

11.FEB.2021    09.MAY.2021

Princesa Turandot, 1912

Alexéi von Jawlensky
Prinzessin Turandot [Princesa Turandot], 1912
Colección particular, Suiza. En depósito en Zentrum Paul Klee, Berna.

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Exposición

 

11.FEB.2021         09.MAY.2021

Tras una primera etapa artística en su país natal, el ruso Alexéi von Jawlensky (1864-1941) desarrolló la mayoría de su carrera en Suiza y Alemania, donde, en contacto con Kandinsky su círculo, se convierte en uno de los protagonistas del movimiento expresionista a través de la Nueva Agrupación de Artistas de Múnich y de su relación con el grupo El Jinete azul.

Pionero en el desarrollo de una pintura que camina hacia la abstracción, su obra se basa en series y retornos casi obsesivos sobre un mismo tema, en especial sobre el rostro. Jawlensky representará una y otra vez el semblante a la búsqueda de una imagen “esencial”, invisible, en una indagación que remite al icono ruso y su significado. La tenacidad de Jawlensky en torno al rostro nos sitúa ante un intenso testimonio del proceso de creación artística y ante un asunto clave en nuestro presente: la contemplación del rostro ajeno cuando, por diversas razones, con frecuencia se nos presenta velado.

Comisario: Itzhak Goldberg

Exposición organizada por Fundación MAPFRE, Madrid; Musée Cantini, Marsella, y La Piscine, Musée d’Art et d’Industrie André Diligent, Roubaix.

Musée Cantini, Marsella
La Piscine, Musée d’Art et d’Industrie André Diligent, Roubaix
La exposición Jawlensky. El paisaje del rostro nos ofrece un recorrido por la obra del pintor ruso Alexéi von Jawlensky (1864-1941), considerado hoy uno de los padres del expresionismo alemán. A lo largo de su carrera, el autor se convirtió en una de las figuras fundamentales para el desarrollo de un lenguaje libre a través de una pintura que, a comienzos del siglo XX, camina hacia la abstracción. La obra de Jawlensky se basa en series y regresos casi obsesivos, en conexión con el lenguaje musical que fue inspirador para muchos artistas del momento.

Las más de cien obras que componen la muestra, agrupadas en seis secciones, ofrecen un amplio recorrido cronológico por la trayectoria del pintor, estableciéndose, además, un diálogo con piezas de distintos artistas que tuvieron influencia sobre él, entre los que destacan André Derain, Henry Matisse, Marianne von Werefkin o Gabriele Münter.

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La espiritualidad: en 1918, en Ascona, Suiza, Jawlensky vuelve al motivo que será, en realidad, el centro de toda su producción: la cara. Los Rostros del Salvador y poco después las Cabezas geométricas presentan una suerte de caras-óvalo con un aspecto geométrico cada vez más acentuado. En ellas aparece una serie de símbolos explícitos del más allá que ya se observaban en los retratos de 1911; se trata de una mancha situada en la frente, entre las cejas, similar al bindi de la religión budista. La precisión de las formas pone de relieve estas manchas, elementos libres dentro de composiciones prácticamente arquitectónicas. En los Rostros del Salvador es a menudo un círculo blanco rodeado por una aureola amarilla que corresponde a la representación hinduista del sol, lo que constituye un indicio de iconografía cósmica. Hay numerosa documentación que da testimonio de la atracción que por aquel entonces sentían muchos artistas por el pensamiento oculto y las filosofías orientales.

La música: acompañó a Jawlensky durante toda su vida y desempeñó un papel inspirador en muchas de sus fases creativas. Durante su juventud, mientras estudiaba en la escuela militar, asistió en Moscú a un concierto ofrecido por Antón Rubinstéin. La música de Schubert, Schumann, Chopin y las interpretaciones del propio compositor calaron profundamente en el joven. Entre 1908 y 1909, Kandinski experimentó, junto al compositor Thomas von Hartmann y Alexandr Sájarov, una forma propia de sinergia entre música, pintura y danza, experimentos que no debieron pasar desapercibidos a Jawlensky, pues muchas de las obras del pintor comenzaron por entonces a tener títulos relacionados con la música, señalando la correspondencia entre un color y un determinado sonido o acorde.

La serialización: desde época muy temprana, Jawlensky encuentra una manera prácticamente fija de estructurar los motivos de sus composiciones. La yuxtaposición arbitraria de colores dispuestos en una superficie plana para representar formas en tres dimensiones mantiene una deuda con Henri Matisse, pero, sobre todo, con el modo en que el cubismo analítico indaga sobre el espacio pictórico. A partir de 1914, con las Variaciones, el pintor se afianza como artista «serial», aunque ese método de trabajo ya estaba presente en su obra anterior, con la incidencia en los mismos motivos una y otra vez, tanto en los retratos-cabezas como en sus naturalezas muertas. Sus Variaciones son prácticamente representaciones simultáneas de una escena, pues cada una de ellas es única.

Marianne von Werefkin: Jawlensky conoció a Marianne von Werefkin (Tula, Imperio ruso, 1860 – Ascona, Suiza, 1938), hija de un rico gobernador ruso, cuando ambos estudiaban en San Petersburgo en 1891. «Nuestro encuentro cambió mi vida. Fui amigo de esta mujer, de esta inteligente e inmensamente talentosa mujer», recordaría el artista años más tarde. En 1896 se trasladaron a Múnich y alquilaron un estudio y un apartamento en la Giselastrasse. Mientras el pintor se dedicó por completo a desarrollar su carrera artística, Werefkin dejó de pintar para poder dedicar todo su tiempo a promover el desarrollo creativo de su compañero. Solo cuando el autor había alcanzado cierta notoriedad a través de su obra y había nacido ya, en 1902, su hijo Andréi —fruto de su relación con Helene Nesnakomov—, Werefkin comenzó a pintar de nuevo. Durante los años siguientes, y hasta su ruptura definitiva en 1921, la pareja trabajó unida.

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Claves de la exposición Alexéi von Jawlensky

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