Tras una azarosa y pobre infancia, Manuel Martínez Hugué (Barcelona, 1872 - Caldes de Montbui, Barcelona, 1945) inició su formación artística en la Escuela de Bellas Artes de la Llotja, en la fundición Masriera i Campins y en el estudio del escultor Eusebi Arnau. Vivió intensamente la bohemia barcelonesa y fue amigo de Santiago Rusiñol, Joaquim Mir, Isidre Nonell y Picasso.

Hacia 1900 se instaló en París, donde permaneció diez años. Frecuentó el ambiente de los artistas del Bateau-Lavoir y en el Musée du Louvre se interesó por el arte de Mesopotamia, Egipto y Grecia. Además de su dedicación a la pintura y la escultura, diseñó joyas modernistas. En Céret, a partir de 1920, coincidió con Juan Gris, Joaquim Sunyer y Picasso. La relación con el marchante D. H. Kahnweiler le abrió las puertas del mercado internacional y de las exposiciones de vanguardia.

Tras la Primera Guerra Mundial, que pasó refugiado en Barcelona, regresó a Céret, donde, entre 1919 y 1927, vivió su período de mayor esplendor creativo. Su escultura, enraizada a la tierra, se fue alejando progresivamente de las tendencias de vanguardia. En 1927, aquejado de una poliartritis anquilosante, se instaló en Caldes de Montbui, donde estableció una relación esencial con la naturaleza. Sus creaciones de este momento se acercan al clasicismo noucentista.