Desde la década de los setenta, Humberto Rivas inicia una exploración del espacio urbano, en concreto de aquellos lugares que manifiestan la huella del hombre —la arquitectura, las calles, pero también los interiores de las casas, los espacios íntimos y sus muebles—, en una extensa serie de fotografías que, desarrollada a lo largo de los años, tiene como una de sus principales características la ausencia de toda figura humana.

Aunque este corpus lo integran también imágenes a color, es sobre todo el blanco y negro el que prevalece, con un trabajo de la luz y el claroscuro que remite a cierta tradición pictórica, relacionada con pintores como Rembrandt, y al tratamiento de la luz de su admirado Sven Nykvist, iluminador de las películas de Ingmar Bergman. Este rasgo es especialmente notable en su última etapa, en la que acentuará las densidades y gradaciones del negro. Hay también en este conjunto de imágenes una búsqueda plástica que tiende a la abstracción, en particular en el trabajo de la luz y la articulación de los volúmenes.

Barcelona, de 1980, es un perfecto ejemplo de los valores que busca y registra la cámara de Rivas en su exploración urbana. Las diferentes superficies que componen la imagen ofrecen una yuxtaposición de texturas y tonalidades que acentúan las ideas de huella, ruina y fragmento, de soledad y temporalidad resonante.