La obra de Harry Callahan se desarrolla en series que vuelven recurrentemente sobre unos pocos motivos —la ciudad, la naturaleza, su mujer, Eleanor— desde perspectivas y procedimientos que renuevan en cada ocasión la mirada. Este proceder obedece a un doble impulso: la creencia en el potencial de la cámara para mostrar una nueva forma de ver la realidad y un afán innovador a la vez que comprometido con el desarrollo del medio.

Callahan fotografió a su mujer a lo largo de quince años. La mayoría de las imágenes fueron realizadas entre 1947 y 1960 en todo tipo de lugares, situaciones y formatos. Eleanor se nos muestra en la calle, en la intimidad del hogar, desnuda y vestida; o inscrita en la amplitud del paisaje, en primer plano y a lo lejos, en blanco y negro y a color. La fidelidad a la figura central de Eleanor como motivo de la imagen permitió a Callahan una amplia libertad formal, desarrollada mediante el uso de diversas técnicas y efectos.

Esta serie de fotografías difícilmente se puede interpretar como una mirada vuelta hacia la intimidad familiar, con un afán documental de su cotidianeidad. Se trata más bien del desarrollo de una experiencia eminentemente visual, esto es, de una experimentación a través de las posibilidades de la cámara en diálogo con la tradición fotográfica.