En 1998, Graciela Iturbide realiza su primer viaje a India. Allí, pese a la multitud constante, cristaliza una nueva mirada que ya no requiere el contacto con la gente para establecer un vínculo con el lugar. Es también en India donde incorpora —aunque la mirada advertida lo encuentra desde sus inicios— uno de los motivos más importantes de su obra, los pájaros. En este país surge la idea de dedicarles un libro, que habría de publicarse años más tarde: Pájaros, 2002. Ese mismo año, otro libro recoge parte de las imágenes de su viaje por el subcontinente, India, México, vientos paralelos, en el que también participan los fotógrafos Sebastião Salgado y Raghu Rai.

Khajuraho, India es ejemplar del modo en que Iturbide abre la imagen a un sentido indecidible, ambiguo e inquietante. Hay una ausencia que resuena, la del cuerpo al que pertenece esa chaqueta que cuelga. Junto a ella, el cuervo parece evocar, como en la iconografía tradicional, la huida del alma. Hay algo liberador y desolador en su figura que recuerda al trabajo The Solitude of Ravens, del fotógrafo Masahisa Fukase.

Años más tarde, en 2013, la fotógrafa publica Las condiciones del pájaro solitario, donde, con referencia a la mística de Juan de la Cruz, reúne treinta y dos fotografías de pájaros que salieron a su encuentro durante sus viajes por México, India, Alemania, Italia, Cuba y Estados Unidos.