Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002) se trasladó a Madrid en 1943 para formarse como arquitecto, pero abandonó sus estudios tres años después para dedicarse a la escultura. En París, en los años 1948-1949, empezó a trabajar en sus primeras composiciones en yeso. En su primera etapa muestra la influencia de la escultura griega arcaica y de Henry Moore.

Tras unos años de residencia en Villaines-sous-Bois (Val d’Oise), donde coincidió con Pablo Palazuelo, se instaló en Hernani. Allí empezó a trabajar el hierro y elaboró su primera escultura abstracta en este material, Illarik, que fue fundida en la fragua de Manuel Illarramendi. En los años cincuenta su obra se dio a conocer en Europa y Estados Unidos con numerosas exposiciones y premios.

Empezó a trabajar la madera, el acero y, tras un viaje a Grecia, en los años sesenta, el alabastro. También el hormigón, ayudado por el ingeniero José Antonio Fernández Ordóñez; la cerámica, con Joan Artigas, y la terracota, con Hans Spinner. Uno de los aspectos más renovadores de Chillida fue su contribución a la escultura pública, integrada en el paisaje. El museo Chillida Leku de Hernani, creado en el año 2000 y relanzado en 2019, reúne su legado.