En 1918, de regreso a España tras una estancia de doce años en París, Daniel Vázquez Díaz introdujo en Madrid las influencias de Cézanne y un cubismo atemperado. Sin renunciar nunca a la figuración, desarrolló un estilo tectónico, moderno, que encuentra su máxima expresión en el dibujo. Los temas de sus obras remiten a la tradición española de Regoyos, Zuloaga, Solana y Picasso. Entre ellos, destaca, por su dramatismo, la fiesta de los toros.

Diego Mazquiarán Torróntegui, apodado Fortuna, fue un torero nacido en Sestao en 1895 que tomó la alternativa en 1916, en Madrid, de manos de Rafael el Gallo. En su retrato, Vázquez Díaz capta el parecido, los rasgos individuales. Pero, al mismo tiempo, universaliza al modelo: dibuja a Fortuna sin ningún elemento de la indumentaria taurina, con una expresión concentrada y grave.

La composición se caracteriza por la rotundidad de los volúmenes, que remite a Cézanne y denota la impronta de la escuela española, en particular de Zurbarán, tan admirado por Vázquez Díaz. La cabeza está ejecutada mediante planos de luz y sombra, a partir de un concepto abstracto. Esas luces y sombras sugieren relaciones de color y generan contrastes y oposiciones que modelan la figura y precisan el dibujo.