La obra de Daniel Vázquez Díaz (Aldea de Río Tinto, actualmente Nerva, 1882 - Madrid, 1969) se sitúa en el centro del debate entre tradición y modernidad en la España de las primeras décadas del siglo xx.

Entre 1906 y 1918, en el transcurso de una prolongada estancia en París, su pintura se aproximó al concepto de estructura de Cézanne, sin renunciar a los temas del folclore hispano (las capeas, el torero muerto, que habían inspirado a Zuloaga y a Manet). A su regreso a Madrid expuso en el Salón Lacoste, y la crítica le reprochó su estilo «estranjerizante». A propósito de su obra de estos años, Juan Ramón Jiménez escribió sobre la necesidad de superar la distinción entre clasicismo y modernidad.

Vázquez Díaz fue un gran dibujante y pintor de retratos, como prueban desde apuntes publicados en los diarios El Sol y La Voz, hasta los icónicos retratos de Juan Ramón Jiménez, los hermanos Baroja, Miguel de Unamuno, Azorín o Rubén Darío. Considerando el retrato una biografía pintada, quiso legar al futuro la imagen de su época a través del rostro de sus personajes más destacados: políticos, toreros, actores científicos e intelectuales. Se adaptaba a las diferentes sensibilidades de los retratados con una gran flexibilidad de estilos y técnicas, compatibles con la penetración psicológica y la vocación de permanencia.