Alberto García-Alix se enmarca en ese movimiento de la fotografía que, a partir de 1970 en España, da visibilidad a los marginados y que, además, le ayuda a reafirmarse y establecer una relación con la sociedad. Se sitúa en un ambiente rockero, del cual es miembro: un modo de vivir, con una estética y unos determinados compañeros de viaje a quienes fotografía con frecuencia.

Cuando se contempla El amo de la calle, lo que sorprende es lo parecido y lo distinto que resulta este perro respecto de los seres humanos. García-Alix se ha situado a la altura del retratado, de forma que ha conseguido eludir el abismo que suele separar al fotógrafo del modelo; en consecuencia, la expresión del animal no resulta muy distante de cualquiera de sus otros retratos.