El movimiento de lo quieto
Menchu Gutiérrez
Giorgio Morandi
Natura morta, 1956
Collezione Augusto e Francesca Giovanardi, Milán
Photo © Alvise Aspesi. © Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021
Los objetos están muertos muy poco tiempo. Ni siquiera hay seguridad de que lo que escuchamos sea el silencio. Tan pronto se mira el cuadro con un poco de atención, el magnetismo que los agrupa y segrega, que los acerca y aleja entre sí o en relación a nosotros, vibra, aunque sea como un diapasón mudo cuyo sonido inicial se hubiera perdido.
El ceramista y escritor Edmund de Waal decía que hay objetos que piden ser tocados o que crean a su alrededor un halo, «un cerco de seguridad», objetos que te piden que te apartes, «como si retuvieran el latido de su creación».
Se diría que los objetos de este cuadro no han sido colocados por la mano del artista para ser retratados, sino que éste ha estado esperando largo tiempo a que ellos mismos encontraran su lugar. La jarra y las botellas se comportan como miembros de una familia o de un rebaño amenazado. Hacen pensar también en un grupo de niños tímidos ante una cámara. Se apoyan ligeramente unos en otros, en busca de asilo, incluso si están protegidos por un extraño parapeto, hecho de tres bloques de naturaleza contradictoria, cuya unidad comunica tensión interna, recelo.
«Hay lágrimas en las cosas» dice Eneas, o «Las cosas tienen lágrimas» o quizá sean las cosas las que arranquen nuestras lágrimas, en ese verso de Virgilio –Sunt lacrimae rerum– de traducción caleidoscópica. Aquí las cosas tienen dudas o hay dudas en las cosas; las cosas se preguntan y hay preguntas en las cosas. Morandi, perseguidor de la eternidad, asalta el movimiento de lo quieto.
Desde el fondo del foso, su firma se dirige al espectador: ¿Qué son estos objetos con respecto a mí?
El cineasta checo Jan Svankmajer, para quien, al igual que determinadas personas, ciertos objetos podían cambiar el curso de la vida de una persona, abogaba no por dotarlos de vida sino por entenderlos: no cuentes tu historia a través de ellos, cuenta la suya.
Quizá lo que Giorgio Morandi encuentra en su búsqueda sea nuestra propia historia: no hay distancia entre el pintor y el objeto, no hay escenario, con ellos formamos parte de una misma metamorfosis.