Duermen profundamente
Ana Rossetti
Bill Brandt
Estación de metro de Elephant and Castle, 1940
Private collection, Courtesy Bill Brandt Archive and Edwynn Houk Gallery
© Bill Brandt / Bill Brandt Archive Ltd
Dentro, debajo de la tierra, están durmiendo. Pueden dormir, sí. Profundamente. El estruendo del mundo queda arriba; las llamaradas, las humaredas, los llantos, el miedo, no pasaron. Aquí están en paz, juntos. No se conocen, pero mezclados en los andenes, se cobijan como una familia numerosa que ha sido sorprendida por una tormenta. Una familia que estaba en el campo y que de pronto se le ha roto el cielo y el paisaje se le ha convertido en desolación. El metro es su gruta. Su útero. Aquí, en las entrañas de la ciudad se apartan del horror del presente, el sueño salvaguardado en una cápsula misericordiosa: el túnel donde los mundos oníricos pueden expandir sus confortadores territorios. A mí me contaron historias así. Yo supe en mi infancia de los bombardeos. De Madrid destrozado: las evacuaciones, los refugios, las pérdidas, la muerte. De cómo mi abuela y sus hijos bajaban al sótano cuando escuchaban las sirenas, de cómo al acabar el ataque subían sin saber el edificio seguiría entero… y de cómo su casa de la calle de Gaztambide perdió una esquina y se veían las habitaciones de los distintos pisos por la fachada abierta y yo me imaginaba las casitas de juguete. También de cómo una anciana recitaba una retahíla de jaculatorias: Santo Dios, santo fuerte, santo inmortal, líbranos Señor de todo mal, Sagrado corazón de Jesús en ti confío, dulce corazón de María sé la salvación mía… sin cuidarse de los milicianos que, tan asustados como ella, le ayudaban a bajar al sótano. De cómo una muchacha que era «del teatro» cantaba para animar a los demás. Era un cuplé muy picante y las dos novicias que mi abuela tenía camufladas en su casa, lo corearon muy contentas. Eran historias como las de los libros, pero no como las contaban los libros. Nunca me cansaba de escucharlas. Parecía que en el sótano no pasaba nada malo. La enemistad no acompañaba a nadie. Por eso sé que duermen en el metro, profundamente. Estoy segura. La cámara de Bill Brandt vela su sueño como una madre cariñosa. La bóveda los protege. Es un milagro de silencio, un consuelo, un regazo. Y el sueño es una tregua. Las pesadillas quedaron en la superficie.