Hush our silence
Sònia Moll
Carrie Mae Weems
De la serie Aparatos de escucha, 2013-2014
© Cortesía de la artista y la Jack Shainman Gallery, Nueva York
¿Qué hay peor que el silencio del silencio? Porque no, no hay sonido en el silencio. The sound of silence, el antagonismo poético convertido en clásico por Simon & Garfunkel, a copia de repetirse infinitamente en textos literarios y libros de autoayuda, ha seguido, como tantas otras imágenes literarias, el camino vertiginoso del alud que se estampa contra la belleza vacía. Y privada de sentido, revela su falsedad: el silencio no tiene sonido, el silencio solo tiene más capas de silencio hacia dentro, silencio y más silencio, hasta el agujero negro definitivo.
Lo que tiene sonido, y tal vez textura, es el terror de asomarse a la soledad extrema, que no es otra cosa que la incapacidad irremediable de comunicarnos con el otro. Lo expone con crudeza y sin sentimentalismo la artista Louise Bourgeois en su obra He Disappeared into Complete Silence. Atraviesa también todo el universo poético de Anise Koltz, la poeta de la implacable desconfianza en las palabras como vehículo de comunicación: «Peces abisales / las frases mueren / en cuanto suben / a la superficie» (Cantos de rechazo, traducción de José M. G. Holguera, Ediciones Hiperión). La palabra poética, como el gramófono de Weem, es sólo un envoltorio para el silencio: «No me busquéis/ en mis poemas / no hago más que atravesarlos. / Son el mar / sobre el que camino / el trozo de silencio / que envuelvo con las palabras» (La terre se tait, traducción propia).
Y a pesar de todo, ante el muro de la incomunicación, no podemos dejar de pedir al otro que haga callar este silencio, y a las palabras, que sepan nombrar la ausencia y la muerte y la nada, aunque ellas mismas, y todos nosotros, muramos en el intento.