Escenografía doméstica
Nona Domínguez Sanjurjo
Giorgio Morandi
Natura morta [Naturaleza muerta], 1941
Istituzione Bologna Musei | Museo Morandi
© Giorgio Morandi, VEGAP, Madrid, 2021
A primera vista la imagen de unos objetos tan cotidianos puede parecer en cierto modo banal, pero el saber que estos mismos objetos, botellas, vasijas, jarrones, candelabros, fueron pintados una y otra vez, obsesivamente, en distintas composiciones durante un periodo tan largo de tiempo, la dota de un halo de misterio que la aleja absolutamente de la banalidad. La visión de esta y otras imágenes de Morandi, tan simples, tan cercanas, me traslada a las novelas de su coetáneo Cesare Pavese en las que ese ahondar en lo cotidiano, lo íntimo, en esa realidad en la que parece que nunca pasa nada, puede llevar al lector impaciente al cansancio o al aburrimiento. Lo mismo les puede suceder a aquellos que buscan en las imágenes emociones fuertes que los golpeen, y no emociones profundas que requieren un acercamiento más pausado, pero que una vez que se ha penetrado en ellas nos persiguen con insistencia.
Las naturalezas muertas de Morandi me llevan también a la música, quizá la expresión artística que mejor utiliza la repetición, elemento sin el cual, a decir de Schönberg, su inteligibilidad sería imposible. La repetición no cambia nada en el objeto repetido, como señala Margulis, pero sí en la mente que lo percibe. Así la imagen que nos ocupa sería diferente si la contemplásemos de forma aislada, creyéndola única, que sabiendo que forma parte de una búsqueda constante en un juego interminable de variaciones. Variaciones que, como en la música, siguen un mismo patrón, pero que difieren entre sí.
Y aquí, ¿cómo no decir nada de ese tono lapislázuli sin pulir que me atrajo desde el primer momento y que contrasta con la gama de blancos rotos, grises cenicientos y colores desvaídos que caracterizan toda su obra?
También llama mi atención el uso anónimo del espacio en el que los objetos son mostrados. No sabemos nada de la estancia en la que se encuentran, ni de la superficie sobre la que reposan. Esto nos habla de una realidad construida, una escenografía, una presencia poética de los objetos que, junto a la sutil utilización de la luz, crea una atmósfera sin dramatismos, pero cuya dosis de irrealidad puede llegar a inquietarnos y conmovernos.
No puedo dejar de mencionar aquí el breve texto Atmósferas de Peter Zumthor que, aunque en principio referido a la arquitectura, constantemente se interpone en mi mirada, especialmente cuando esta es sosegada, como lo ha sido en la contemplación de esta imagen, y cuando la luz juega un papel esencial en lo que miro.