Volver
Najat El Hachmi
Paolo Gasparini
Regreso a casa, São Paulo, 1997
Colecciones Fundación MAPFRE
© Paolo Gasparini
Volver no es nunca volver, pero ¿cómo describir el anhelado momento de dar un paso tras otro para emprender el viaje de regreso al sitio del que uno se fue? No nos bañamos dos veces en el mismo río, dijo Heráclito y puede que tuviera razón. Los afortunados regresan al hogar («a casa») por fechas señaladas, rituales establecidos a lo largo del año para garantizar así el descanso, los festejos, el reencuentro con quienes dejamos atrás.
Casi siempre es por buscarse la vida que uno se va, a veces para sobrevivir o para escapar de catástrofes. Pero también para conocer más, para ser más, descubrir los que hay afuera y que lo nuevo nos transforme. Los románticos, como Friedrich y su Caminante sobre un mar de niebla reflejaron bien el anhelo de aventuras, cuando no es la necesidad material la que nos empuja a irnos.
Cambiamos con los entornos que habitamos como obedeciendo los dictados darwinianos, lo cual supone todo un desafío identitario. Si mi voz baja o sube de tono dependiendo de la lengua que hable, ¿cómo saber que este río de sucesos, experiencias, sensaciones y vivencias soy siempre yo, la misma persona? Tal vez porque voy contándome, a cada camino que ando, mi propia historia y me la repito una y otra vez para hacerle caso a Machado.
Siempre palpita el corazón, la respiración se detiene cuando está cerca el momento de estar presentes otra vez en el lugar del que nos ausentamos, el hogar interior, que es siempre la infancia, donde habitan los nuestros, que son quienes nos conocen desde siempre. Se acuerdan de cuando enfermamos, como nos agitábamos en sueños, los alimentos que detestábamos. Podrían imitar nuestra forma de gesticular y de hablar y reconocer nuestro olor entre muchos. En el fondo somos siempre Ulises, pero también Telémaco y Penélope. Por eso poner un pie «en casa» después de tanto tiempo, de resistir la añoranza, de aplazar los afectos, suele desencadenar un torrente de sensaciones que empapa el cuerpo de quienes se funden en el abrazo. Un abrazo intenso y largo que quiere ser todos los abrazos que nos faltaron.
Valió la pena, dirán algunos, esperar un año, dos, cinco y regresar con la fortuna fruto del sacrificio. Otros no soportarán la herida y se sentirán siempre partidos, sin un sitio al que volver porque pertenecen al camino.