La vida de las personas importa
Margarita Hernando de Larramendi Martínez
Isidre Nonell
Dos gitanas, 1906
Colección El Conventet, Barcelona
Dos figuras femeninas inclinadas una hacia la otra, en penumbra, creando un puente. Nada sabemos de ellas, al margen de su vestimenta poco sofisticada y del ambiente nocturno, pero no dudamos de la verdad que emerge de ese instante robado.
Más allá del bulto azul, destaca la ausencia del pintor, que concede todo el protagonismo al apoyo mutuo que trasluce la intimidad del gesto. El autor no trata de lucirse, de ennoblecer la vida del espectador con una imagen bella, ni de adornar sus paredes o procurarle placer. No se dirige a un posible cliente, a un comprador; pinta para reflejar la existencia de estas mujeres, para ennoblecerlas, para reivindicar la dignidad de su conversación.
Nonell empezó su carrera en la órbita de muchos de los pintores con influencia de París que se reunían en la taberna Els Quatre Gats, como Ramón Casas, Santiago Rusiñol o Ricard Canals, pero, a la manera de Siddhartha Gautama, en 1896, a los 24 años, sufrió una revelación tras viajar a Caldes de Boí, donde se topó con la realidad de los enfermos de cretinismo («enano, rechoncho, deforme e imbécil», era la definición de cretino propuesta a los estudiantes de medicina) y de otros seres humanos de vida miserable cuyo sufrimiento le conmovió hasta lo más hondo.
Y desde este momento se aleja de todos los convencionalismos y se dota de una mirada propia, ajena a lo que el ambiente circundante y el mercado demandan, centrándose en prestar su atención («la forma más pura y rara de la generosidad», en palabras de Simone Weill), a los desheredados de la fortuna, y se convierte en el pintor de la humanidad y del amor, retratando seres humanos únicos, y nunca estereotipos. Mostrando con su obra, más allá de palabras, que la vida de las personas importa.