Las niñas de luto
Julia Escobar
Alfred Dehodencq
Las hijas del duque de Montpensier, ca. 1861
Museo Nacional del Romanticismo
Foto © Pablo Linés
De todos los siglos pasados el XIX es en el que más me hubiera gustado vivir, incluso siendo mujer o tal vez por eso. El romanticismo me puede. Este fementido siglo intentó al menos rescatar el arte y las letras de las ruinas de la inteligencia dieciochesca y restañar las heridas de la Revolución francesa. Desde Francia, muchos artistas y escritores volvieron los ojos a tiempos pretéritos y a países supuestamente exóticos, idealizándolos, entre otros España.
Gitanas, toreros y bandoleros se pusieron de moda y fueron el origen de muchos de esos tópicos que nos afligen. Entre los franceses enamorados de nuestro país citaré a Mérimée, gran amigo de la condesa de Teba, cuya hija Eugenia de Montijo se convirtió en Emperatriz de Francia, y a Gautier. Ambos conocieron muy bien España y vieron que no era «tan exótica» después de todo.
La presencia del duque de Montpensier, casado con una hermana de Isabel II, atrajo a España a muchos artistas franceses. Entre los que se acogieron a su mecenazgo figura Alfred Dehodencq quien tras la Guerra de Independencia se marchó a Madrid. Ahí, el director del Museo del Prado, José de Madrazo, le presentó al duque con quien el pintor, llenos los ojos de Velázquez y Goya, se fue a Sevilla y se especializó en temas españoles y orientales siendo considerado «el último romántico».
Dos de los encargos del duque deben mucho a ambos pintores. Si, como está generalmente admitido, el retrato familiar de los Montpensier es deudor de Velázquez, el de sus hijas debe su fuerza y su misterio a Goya. El corrillo que forman las tres adolescentes –sus cuerpos ladeados, sus miradas erráticas– está lleno de reminiscencias goyescas.
Su aspecto fantasmal, su luto, evocan las tragedias familiares presentes (la fecha del cuadro parece corresponder con la muerte de un hermanito) y presagia las futuras: el prematuro fallecimiento de dos de ellas y el de María de las Mercedes, la infortunada esposa de Alfonso XII, cuyo trágico destino está inscrito en la memoria oral de la copla española y de las canciones infantiles de corro. El aspecto de estas inquietantes impúberes apela a las obsesiones paranormales del imaginario popular que alimentan tanto la literatura de ficción como los mitos de guerra y las leyendas urbanas, fenómeno que investigó a fondo Marie Bonaparte, sobrina nieta de Napoleón y discípula aventajada de Freud.
Me pasa con estas tres hijas del duque lo que a Álvaro Mutis con el retrato de Sánchez Coello de la hija de Felipe II, la infanta Catalina Micaela: estoy tan perdida en su extravío y tan deseosa de salvarlas como lo estaba él de huir con la desdichada infanta.