Adam Rutski, profesor de español
Ignacio Elguero
Judith Joy Ross
Adam Rutski, profesor de español, Hazleton High School, 1992
© Judith Joy Ross, courtesy Galerie Thomas Zander, Cologne
Decía el apreciado poeta Leopoldo de Luis, que escribir poesía era respirar por la herida. El creador respira siempre desde diversas profundidades y abismos, desde el cráter mismo de las emociones, desde esa capacidad del ser humano para recorrer el mapa de las inquietudes emocionales y conducirnos a la reflexión. Como bien sabía el poeta, hay muchos tipos de heridas. Una de las grandes llagas de la sociedad moderna es la soledad. La soledad no buscada; no se trata del aislamiento encendido de los claustros ni el silencio del orden, se trata de la soledad como indefensión, como estigma, como abandono.
Edgar Hopper mostraba en sus afamados retratos de escenas cotidianas norteamericanas la sociedad de la melancolía y el desamparo. Y lo hacía, no con la representación de la soledad física, como en la magistral obra Sol de la mañana, escena perturbadora por su atracción icónica y por la ambigüedad de su significado, sino mostrando la incomunicación en compañía. Todo un recorrido por la ausencia, en línea bien distinta a la de su contemporáneo Norman Perceval Rockwell, que evoca todo lo contrario. Eso sí, no exento de ironía.
En la excelente fotografía de Judith Joy Ros, titulada Adam Rutski, profesor de español, la creadora nos muestra una escena aparentemente sencilla, pero que nos provoca al tiempo una extraña y sugerente inquietud. Un profesor se apoya levemente sobre el encerado, con un folio en la mano, mientras los alumnos parecen tomar nota o completar un examen.
Pero ¿dónde nace la perturbación del espectador frente a la imagen? En la mirada del personaje, centro de la magistral composición de la artista, basada en una escena escolar de lo cotidiano. En ella todo está en calma, a pesar de la evidente realidad de movimientos, sonidos y exploraciones mentales que emana un aula llena de estudiantes. Pero esa placidez se quiebra en la actitud gestual del profesor, la expresión de su rostro, el fondo de su abstracción. Y todo se centra entonces en el pozo de su mirada, no se sabe si perdida, cansada, ausente, perturbada, amable, plácida o inexistente. Judith Joy Ros sitúa al docente en el regazo de su soledad. En este juego de contradicciones actuales, el maestro, el divulgador, el comunicador, rodeado de alumnos, está solo. De esta manera la autora consigue seducirnos con la emoción de lo oculto.
La respuesta a todo está en el lienzo, decía Edward Hopper, y la respuesta a la desconcertante y atractiva actitud de Adam Rutski está en la turbadora fotografía de Judith Joy Ros.