Frankenstein o el moderno Prometeo
Chus Gutiérrez
Jorge Ribalta
Boris Karloff / Frankenstein, 1931
De la serie “Antlitz der Zeit“ 2002-2004
© VEGAP 2022
El verano de 1816, Mary Shelley, acompañada de un grupo de amigos, escribió el germen de Frankenstein o el Moderno Prometeo. La novela es considerada el primer relato de ciencia ficción contemporáneo y no ha dejado de ser una fuente inagotable de inspiración a lo largo de generaciones de artistas, escritores y cineastas.
La primera película fue Frankenstein 1910 (casi cien años más tarde de la edición del libro), un cortometraje mudo de 14 minutos rodado en plano general. Boris Karloff, interpretó al monstruo en el primer Frankenstein sonoro, en 1931, de James Whale. Desde entonces, su rostro se ha convertido en el icono inconfundible de la bestia. Es casi imposible pensar en Frankenstein y no ver a Boris Karloff. A pesar de las cientos de películas que se han hecho posteriormente, a pesar de las múltiples representaciones, la imagen que persiste en mi memoria es este monstruo de frente alta y mirada triste. Mas que miedo, me produce ternura. Me identifico con su cuerpo desacompasado hecho de trozos dispares, de memorias revueltas y sueños eternos. Frankenstein, un poco como todos nosotros, camina por la tierra perdido y desconsolado sin poder encontrar lo que busca, quizá solo un poco de amor y comprensión, un respiro de paz a su existencia.
El monstruo ha tenido infinidad de interpretaciones, ha sido amenazante, terrorífico, ingenuo y hasta cómico. Es como si cada generación necesitara dar su propia reinterpretación de la historia. Me vienen a la memoria dos películas españolas remarcables: El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice y Remando al viento (1988), de Gonzalo Suarez. Las dos beben del rostro de Boris Karloff y de su espíritu eterno. Pero hay cientos de películas hechas alrededor del mito, las listas que he revisado nunca están completas, siempre falta alguna por incluir. Está claro también que siempre quedará una nueva por hacer y que Boris Karloff, sin saberlo, seguirá presente en películas futuras aun no imaginadas.
Siento una fuerte afinidad con el monstruo, con las piezas diversas que lo componen, esas piezas irrenunciables a nuestra naturaleza imperfecta. Somos hombres y mujeres fabricados a trozos, compuestos de la memoria de nuestros ancestros, de la historia escrita y las leyendas narradas. De la sustancia del agua y el oxigeno del aire. Alimentados por el indescifrable lenguaje de los sueños y la química generada por la contracción de nuestros nervios. Dispares, imperfectos, pretenciosos y valientes, como el monstruo.
Como su creador, el Doctor Frankenstein o el Moderno Prometeo, el ser humano rivaliza con los dioses otorgándose el poder de destruir todo lo sagrado. El agua de los mares, los pobladores de los bosques, los arboles de la Amazonia, las aves del paraíso. Y a pesar de la sabiduría acumulada, de toda la información recabada, de la confianza que les da poseer el conocimiento, los humanos, impasibles ante la catástrofe se ríen de los dioses y les retan: ¿Quién es más poderoso?
Mientras escribo imagino una nueva versión en la que el engendro acepta su naturaleza monstruosa y asume su soledad. Una versión en la que el Doctor Frankenstein, su padre y creador, utiliza su conocimiento para educarlo, cuidarlo, velar sus noches de angustia y apaciguar su ira. ¿Como sería entonces el rostro de la bestia? ¿Seguiría pareciéndose a Boris Karloff?