Fundación Horizontes Abiertos
Un lugar de paz y cariño para los olvidados
Proyecto vigente
Desde que conoció el mundo de los que pasan por la cárcel, su concepto de justicia es sencillo: “La justicia es que las personas que no han tenido la suerte del cariño y el bienestar puedan elevar su voz. La voz del niño cuya madre está en prisión; la de los hombres y mujeres que piden una segunda oportunidad. La justicia es devolver la mirada y llenar de confianza a quien quiere salir”.
“La justicia es devolver la mirada y llenar de confianza a quien quiere salir”
Dyango es de Mali. Vive en la casa desde hace dos. Cuida de las plantas y flores que se ven por la casa.
©Leafhopper Project
La Fundación Horizontes abiertos ofrece hogar a personas convalecientes, con enfermedades crónicas o en estado terminal, después de salir de prisión o de hospitales donde ya no pueden permanecer puesto que necesitan cuidados continuados en un domicilio. Son personas que no pueden sobrevivir ya en la calle.
Hoy, esta fundación se ha convertido en una gran organización que atiende a colectivos que sufren exclusión social severa.
Para atender a casi 100.000 personas, la fundación se apoya en sus profesionales y voluntarios, como José Luis.
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Lucas es una buena persona a la que se le cruzó la heroína y la cocaína cuando tenía solo 17 años.
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Si José Antonio tuviera que contar una historia de sí mismo, cree que la titularía: “Historia de un error”.
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José Antonio tuvo 3 parejas y 3 hijos. Hoy tiene 63 años y está en esta casa para los que no tienen hogar.
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Hoy la casa es un hogar, un lugar de paz, coordinado por Mari Carmen Guargh, junto a otros 14 trabajadores que se turnan, entre monitores, conserje, asistentes, cocinera. Mari Carmen es enfermera y se especializó en el tratamiento de la drogodependencia y enfermedades terminales. Sabe como nadie lo que significa acompañar al final, consolar en el duelo. Sabe lo que se puede y no se puede decir. “Normalmente no se puede ni se debe decir nada”, contesta. “Es mejor estar, escuchar”. Y así lo hacen los voluntarios como José Luís Marcelino, que cada día acuden a la casa para ayudar, para apoyar o simplemente para saludar.
Lucas, José Antonio, Dyango y Héctor forman parte de los 14 habitantes de la casa. Entre ellos hay compañeros cuyo estado de salud es muy grave. Casi terminal. Por ello, una visita a la casa tiene ausencia de nombres y palabras. Se trata solo de estar, escuchar, acompañar en el silencio y mirar a los ojos.
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