Femme à l’agenda [Mujer con agenda]

Técnica

Tinta china sobre papel

Medidas

Papel: 42 x 32 cm
Con marco: 72 x 70 x 4 cm

Inventario

FM000301

Descripción

Qué hace esta mujer que parece dibujar con una pluma o un pincel, sobre una mesa en la que se encuentra una agenda de “notas diversas” abierta por la página de enero? ¿Quizá algún pensamiento sobre el nuevo año que ahora empieza, en el que ya hay escrito algo? ¿Quizá un momento de distracción antes de continuar escribiendo, un garabateo? ¿Es posible que un dibujo suscitado por la nota de papel que parece haberse desprendido de la agenda? ¿Que papel es ese, cuál el de gran tamaño sobre el que dibuja?

No lo sabremos nunca.

Pero no saberlo no impide la fascinación que produce el dibujo de Matisse. Quizá la aumenta. Cuando Matisse realizó este dibujo tenía ya setenta y cinco años, iba a morir diez años después, pero el dibujo es de una sencillez y de una juventud que nada dice de su edad avanzada. Como si Matisse empezara entonces a pintar y lo hiciera con la mayor facilidad y la más grande seguridad y genialidad. Pocas líneas, alguna puede parecernos torpe –la mano con la pluma-, poco importa porque es profundamente convincente: así debería ser una mano si no fuera de otra forma, así debe ser en el dibujo, en la línea. Así debe ser, enmendar a la mano real, al miembro real.

Así debe ser la línea que construye el trazo de la cabeza y de la cara, de la nariz, los ojos ligeramente almendrados, el volumen del cuerpo. ¿Cómo ha logrado una personalidad tan nítida, un gesto tan sutil, la melancolía del tiempo, con una línea de tanta sencillez, tan sobria? La línea no puede ser de otra manera, otra confundiría, molestaría. Alcanzar esta sencillez –sólo Picasso o Klee pueden compararse a Matisse en este punto- es el resultado de un gran esfuerzo y un gran dominio.

El artista fue un colorista ya desde sus primeras obras de los años veinte y treinta, pero no olvidó nunca la linealidad, tal como puede apreciarse en sus bañistas y sus bailarines, en sus odaliscas, pero también en los motivos ornamentales que constituyen el marco de muchas de sus escenas, en los paisajes con árboles, flores, playas, los paisajes que podemos contemplar desde los balcones y las terrazas en los que se encuentran los protagonistas de las imágenes. La línea fue cada vez más delicada, más simple, más elemental. En ocasiones se aplicaba en el lienzo como si el lienzo fuese papel y el pincel un lápiz, como si el óleo fuera grafito. Surgieron así dibujos de una delicadeza cada vez mayor en los años treinta y en los cuarenta la línea se había depurado hasta alcanzar la nitidez que aquí podemos contemplar.

Basta un trazo para insinuar un gesto, y con el gesto un estado de ánimo, una ensoñación, un pensamiento escondido. El trazo se desliza en el tiempo: el tiempo es el protagonista de esta mujer que piensa y anota, el tiempo de su pensamiento, de su agenda, de su garabato, el tiempo del papel desprendido. ¿Qué hará con todo eso? ¿Qué hace? El dibujo de Matisse, con las diferencias de época y condición material que siempre se tendrán en cuenta, me recuerda la obra de otro pintor que también supo suspender el tiempo sin caer en la intemporalidad: mantenerlo ahí, en un gesto, en una mirada, en un movimiento, sin “decirnos” más, porque no hay nada más que decir, porque todo lo más que se “dijera”, se pintara, se dibujara, sería excesivo, molestaría, distraería. Sólo el instante.

[Valeriano Bozal]